Después del 18 de julio de 1936.
En la costa de San Andrés las víctimas
fueron lanzadas al fondo del mar
en sacos amarrados con piedras, en
algunos casos las víctimas fueron
arrojadas al agua todavía con vida.
En un caso, unos pescadores lograron
atrapar uno de los sacos, con una
persona aún viva en su interior. Lo llevaron
en secreto a la costa de Anaga,
donde lo refugiaron en una cueva y le
dieron de comer durante meses, hasta
que finalmente se entregó.